EL CRÍTICO DE GUÍAS DE VIAJE
Capítulo 1
Puso la guía de viaje de México junto al resto. Allí estaba la de Japón, la de Tailandia, la de Perú, la de India… La de Chile le había gustado especialmente. En ella, se daban detalles sobre enclaves al final de un camino o al borde de un acantilado.
A diferencia de otras, destacaba por su gran prosa; una narrativa de pluma afilada que describía con gran atino no sólo lugares sino sensaciones. No se trataba de un mero listado de museos, restaurantes, y tiendas, en definitiva, un montón de lugares comunes. Esta guía realmente te transportaba a Chile, a sus archipiélagos y a sus istmos.
Para Thomas, esa era la mejor manera de viajar, a través de las guías. Hacía siete años que no salía de casa. Compraba los viajes encuadernados y en papel a través de Internet. Prácticamente los aprendía de memoria. Una vez acabadas, no era necesario visitar el lugar sobre el que versaban. Al contrario, normalmente, su previsible contenido convertía cada ciudad o país que llevara en su tapa en un objeto de consumo más. Sí, Thomas era crítico de guías de viaje —aunque nadie lo supiera— y la mayoría, decía, eran una mierda.
Capítulo 2
Ese día se levantó optimista. La guía que había comprado de Socotra y que tanto le había costado encontrar estaba a punto de llegar. Salió al rellano, donde se encontraba el buzón en el que, normalmente, la repartidora de Correos depositaba cada una de las cartas y compras que Thomas recibía cada semana. Pero allí no había nada.
Era extraño, parecía que no hubiera pasado por allí nadie. Por costumbre, Thomas no abría la puerta a la funcionaria, de modo que ésta ya ni tan siquiera llamaba a la puerta sino que se limitaba a depositar todo aquello remitido a nombre de Thomas F. Anderson en su lugar.
Aunque quiso quitarle importancia, lo cierto es que su subconsciente no pudo parar de dar vueltas al asunto. En toda la mañana no había escuchado el timbre, los pasos o las llaves de ninguno de sus vecinos. “Thomas, Thomas, no empieces con tus delirios que ya sabes que son muy peligrosos y no traen nada bueno. Hazte un favor: prepara café y ponte en marcha. Hoy tienes muchas cosas que hacer”, se dijo.
Capítulo 3
De nuevo era jueves. Día de entrega. Thomas salió al rellano; esta vez lo hizo con los cinco sentidos puestos en la actividad de los apenas cuatro metros que le separaban de sus dos vecinos. La Sra. Higgins era muy mayor y sólo salía para ir al mercado. Por el contrario, los Clark, la pareja de recién casados que vivía en la otra puerta, era algo más ruidosa. Thomas no soportaba oírles reír, hacer el amor o sus maratones de películas clásicas los domingos por la tarde. Esa pareja era un cliché, como la mayoría de las guías de viaje con las que Thomas pasaba el tiempo. Los Clark gozaban de una felicidad alimentada por una mezcla de inconsciencia, ignorancia y juventud. Hacía días que Thomas no les oía, aunque no podía decir que lo echara en falta.
El buzón seguía vacío. No había ni rastro de correo. Thomas cerró la puerta lentamente mientras buscaba una explicación razonable a todo ello. Llamó por teléfono a la oficina de Correos. Nadie respondió. Comprobó su pedido en Amazon: “Su paquete se encuentra en reparto”. –“Pues parece que lo traigan a pie desde la mismísima Socotra”, respondió Thomas a la pantalla como si ésta le escuchara.
El apartamento de Thomas era uno de esos pisos alargados con demasiadas paredes y un gran pasillo en el centro. La única ventana que daba a la calle, a la ruidosa avenida Lincoln, era la del baño. El resto de la casa disfrutaba de las vistas a una especie de jardín interior que conectaba el edificio con otros tres bloques de apartamentos, donde campaban a sus anchas toda variedad de aves . Tomó su taza de café y con su indumentaria habitual —zapatillas, pijama y la eterna bata de felpa—, subió las persianas que casi siempre estaban bajadas, para observar qué pasaba en el patio de vecinos.
capítulo 4
La súbita luz cegó los ojos de Thomas como si hubiesen dirigido un foco fluorescente a escasos centímetros de su cara. Su cada vez más vampiresco estado le llevó casi a fundirse ante el sol del mediodía. Hacía un día de agosto espectacular, o puede que fuera julio. Thomas había perdido la noción del tiempo y ahora la medición la marcaba la llegada de una nueva guía cada semana.
El jardín parecía hallarse en calma. Las ventanas de los vecinos estaban cerradas. Todas menos la de Ryan. Thomas esperó casi una hora para ver si dentro del marco de aquella ventana, aparecía la figura de su vecino, pero ésta no apareció.
A la luz del día, el apartamento de Thomas parecía otro. Hacía tiempo que no se paraba a mirar a su alrededor. Encendió la radio. “Claro, la radio, cómo no se me había ocurrido antes. La radio siempre informa, por extrañas o catastróficas que sean las circunstancias”. Thomas no pudo evitar recordar el día que siete años atrás, había cambiado el mundo y arrasado con su vida.