Casa Carvajal
DE HORMIGÓN
Y PÌEL
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Reportaje sobre Casa Carvajal, el escenario de la editorial de producto de la revista.
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Fotografiado por Marina Denisova marina-denisova.com
Dirección creativa de Casa Josephine casajosephine.com
Casa Carvajal casa-carvajal.com
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El ocaso se cierne sobre el jardín de Casa Carvajal mientras Mariluz, Marina y el resto del equipo ultiman las fotos de la editorial de Openhouse con la dirección creativa de Casa Josephine. Se trata de vestir el icónico espacio como nunca antes se ha visto. Ha sido una jornada intensa y por momentos, dura, pero el sentido del humor de Iñigo, Pablo y Christian, aplaca cualquier conato de cansancio o queja. El mes de junio agoniza y el verano ruge más vivo y feroz que nunca mientras comenzamos a entonar los primeros compases de despedida.
Covadonga Martínez, dueña de la casa, y su hija, Cristina Rodríguez de Acuña, ejercen de anfitrionas. Esta última es quien se encarga de gestionar las muchas producciones que se están llevando a cabo aquí, gracias a la creciente popularidad que se ha extendido entre una nueva generación de creativos tras su aparición en un videoclip de C. Tangana.
Como un miembro más, Casa Carvajal ha influido mucho en la familia Martínez-Rodríguez de Acuña. En su libro Casa Carvajal: Miradas Cruzadas (Ediciones Asimétricas, 2020), Cristina reflexiona acerca de cómo la arquitectura no sólo evoca sentimientos sino que produce cambios en las personas: “A lo largo de los años, he vivido en muchísimas casas, pero ninguna como esta. Los ventanales, la luz proyectada en diferentes lugares a lo largo del día, los espacios continuos y abiertos que propician el encuentro entre la familia”, explica. Covadonga, quien aún reside en la casa que se halla en venta, confiesa que ya ha hecho el duelo por ella. Y aunque tiene sentimientos encontrados y un montón de recuerdos vinculados a la misma, no le importaría abrir una nueva etapa vital y dar por finalizado su idilio personal con Carvajal. Una historia de amor de aquellas en las que los protagonistas parecen estar destinados a encontrarse. Sólo que en este caso, los amantes están hechos de hormigón y piel. “Mi madre se enamoró de la casa desde el principio”, resume Cristina. Algo más cohibida que su hija, pero tremendamente gentil, Covadonga relata la íntima relación que mantiene con esta casa desde mucho antes de habitarla, cuando contaba con el lustre de una obra maestra habitada por su propio autor.
La primera vez que vió Casa Carvajal, lo hizo junto a su marido, Fernando R. Rodríguez de Acuña. Éste daba clases en la Facultad de Económicas de la Universidad Complutense de Madrid, donde se citaba con su esposa en muchas ocasiones. En una de ellas y mientras paseaban por la zona, se fijaron en esta brutalista rodeada de jardines cuidadosamente planificados, inspirados en el trabajo de maestros como Le Corbusier y Frank Lloyd Wright. Covadonga, amante del arte y la arquitectura, quedó fascinada.
Situada en Pozuelo de Alarcón, Madrid, junto a la vivienda de similares características que Javier Carvajal (Barcelona, 1926-Madrid, 2013) construyó para sus suegros, los García-Valdecasas, ambas casas fueron distinguidas con el premio Fritz Schumacher de arquitectura de la Universidad Técnica de Hannover en 1968. Sin embargo, fue en la suya en la que el arquitecto barcelonés llevó a cabo un ejercicio completamente revolucionario para la época en España, con volúmenes de cemento dispuestos en una geometría totalitaria arropada por una voluptuosa vegetación tanto en el interior como en el exterior.
El tiempo pasó, Covadonga y Fernando tuvieron seis hijos, y uno de ellos comenzó a estudiar en la misma facultad en la que su padre había impartido clases. Covadonga lo acercaba en coche. Un día, sin saber muy bien por qué, se acercó a Somosaguas y preguntó a los guardas de la urbanización si había alguna casa en venta. Ninguna de las disponibles le interesó pero, cuando ya se iba, vió Casa Carvajal. Treinta años después de su construcción, esta icónica obra estaba deshabitada y notablemente descuidada. Pertenecía al gobierno de Chile, quien la había utilizado durante largo tiempo para alojar cargos diplomáticos. Tras una ardua labor burocrática, la pareja pudo hacerse con ella y, en diciembre de 1996, se trasladaron a su nuevo hogar. “Cuando llegamos tuvimos que retirar las enredaderas que cubrían las puertas, era como entrar en una madriguera” recuerda Cristina. “Los primeros meses nos los pasamos haciendo arreglos. Cuando no fallaba una cosa, era la otra”, resume Covadonga entre risas. “La primera noche que nos quedamos a dormir nevó en Madrid. Hacía un frío horrible y la calefacción no funcionaba. Pasamos mucho frío”, explican ambas.
Cuando estamos a punto de irnos, Cristina se acerca amablemente y me lanza una petición: “Haz un homenaje a mi madre”. Yo sonrío pensativa y no dudo en darle mi palabra. Aunque en ese momento, y aún ahora mientras escribo, pienso que en realidad, el homenaje a Covadonga ya se lo hizo en 1966 y sin saberlo, Javier Carvajal, quien construyó para ella y su familia, la casa de su vida.