Pesadilla antes, durante y después de navidad

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Ya estamos a cuatro de enero y yo aún no no me he recuperado de la avalancha de mensajes comerciales de la navidad, de su edulcorada visión de la familia y también, por qué no decirlo, de una tarde de 25 de diciembre en la que vi, una tras otra, las siguientes películas: Grease, Dirty Dancing, El Club de los Poetas Muertos y El Diario de Bridget Jones. Todo en la televisión, en diferentes canales, pero de manera casi encadenada. ¿Se trataba de una conspiración para que las que no tenemos pareja llenásemos las salas de fiesta la noche del 31 en busca de una presa con la que desquitarnos y se desencadenase un baby-boom que solventase el problema con el futuro de las pensiones? He visto planes gubernamentales más enrevesados así que no me toméis por loca.

Fuera lo que fuese, pasé unas seis horas en el sofá comiendo polvorones y bebiendo vino blanco que había sobrado de la cena de Nochebuena y de la comida de Navidad. Fue un experimento muy interesante del que extraje algunas conclusiones, pensamientos y notas mentales que, por lo que sea, he tenido a bien compartir con vosotras.

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Grease abrió la tarde de cine. En ella, unos bailongos Johnny y Sandy se esfuerzan por encajar en los estereotipos tal y como el estilo típicamente americano lo hace en los ‘high school’ del lugar. Al final, en un intento por romper con los esquemas, ambos cambian hacia el rol opuesto para no hacer otra cosa que perpetuar el error. Un intento fallido de domesticar al personal tras el cual todas quisimos ser más macarras y tener el cuerpazo de Olivia Newton-John para podernos calzar esos leggins. ¡Frustrante! Especialmente después del atracón que me había metido apenas dos horas antes.

En Dirty Dancing, una niña buena con pocas ganas de molestar a nadie se enamora de un bailarín con quien comienza a ensayar para el baile final del verano porque la bailarina titular está embarazada del novio de su hermana, quien finalmente aborta (su hermana no, la otra). Sí, todo en dos horas (aprende "Secreto del Puente Viejo"). A pesar de caer en un montón de estereotipos machistas, la peli habla del derecho a decidir sobre la maternidad y de la doble moral de las clases acomodadas en los Estados Unidos, así que ni tan mal.

Engullí El Club de los Poetas Muertos como si de mi propia vida se tratase. Me veía aislada, encerrada en una realidad que no era la mía que transcurría en una oficina de lunes a viernes de 9 a 5. Me dieron ganas de “aprovechar el momento” hasta tal punto, que casi llamo a mi jefe para decirle que no iba a volver y organizo una revolución a través de Twitter. Por suerte, poco después comenzó el Diario de Bridget Jones y volví a mi estado anterior, el de perder el tiempo sin remordimientos en el sofá. Esa no era Bridget, esa era yo!: un listado enorme de nuevos propósitos, una tendencia más allá de Orión atrayendome hacia la autodestrucción (alcohol, tabaco, carbohidratos) y un buen listado de individuos con los que no debería haberme acostado.

Después de semejante empacho emocional frente a todas las películas románticas que vi antes del fatídico día y las que me quedan aún por ver, estoy convencida de que cuando nos emparejamos perdemos una parte fundamental de nuestra autenticidad. Sí, ya sé que compartir es vivir y que el ser humano es social, pero mientras me enciendo un pitillo al más puro estilo Bardot, os diré que yo hoy me regalo un “me gusto tal y como soy" (a lo Bridget ) y el resto ya veremos.