RASTROS FUGACES DE HUMO SOBRE EL CIELO DE TOKIO

YOSIGO
Quienes siguen a Yosigo desde hace tiempo en redes sociales saben bien que el humor es el prisma a través del cual interpreta el mundo para traducirlo a su manera. Por eso, para Jose Javier Serrano (Donostia, 1981), todo lo que está ocurriendo en su vida no deja de ser una fuente de asombro y mucha diversión. Eso que le está ocurriendo no es otra cosa que haberse convertido en un artista más que reconocido en Asia, firmando autógrafos y cerrando un contrato de varios años con una empresa coreana que parece creer en su trabajo casi más que él mismo.
Mientras hablamos, a finales de 2024, sus fotografías se exponen en Shibuya y ya tiene fecha para una muestra en primavera. Desde Tokio, donde se ha instalado por un tiempo, me cuenta que este éxito lo ha tomado por sorpresa. Aunque al terminar nuestra conversación no puedo evitar pensar que, si el destino existe, tenía esto reservado para él. Cada paso que ha dado, ya sea de esos que lo llenan de orgullo o de los que prefiere no recordar, parece haberlo encaminado de forma inescrutable hacia este momento.
El brillo en sus ojos mientras confiesa haberse quedado prendado de Japón es perceptible incluso a través de la pantalla. Desde mi escritorio en Barcelona, resulta difícil no contagiarme de su entusiasmo. «Estuve hace muy poco por primera vez y estoy enamorado, así que esta vez voy a aguantar todo lo que pueda», resume.
La cámara de Yosigo nunca deja de disparar, tan ávida de imágenes como su propia mente, que ya está definiendo lo que se convertirá en su próximo proyecto: una reflexión acerca del tabaco en la sociedad nipona. «En Tokio no se puede fumar en la calle. Hay una especie de mapa de la ciudad con las zonas en las que sí está permitido. Cada noche fumo millones de cigarros en esas zonas porque quiero que sea una serie nocturna, así que saco las fotos y me voy a dormir». Algunas de esas fotografías las ha ido publicando en Instagram, pero la red social las ha eliminado. «Eso me ha hecho mucha gracia. Ahora me motiva más el proyecto. Que haya una especie de censura en torno a esto me parece curioso».
“Paso el día con mucha gente, con coreanos, chinos o japoneses, en reuniones donde tampoco termino de entender qué está pasando. Tiene un punto cómico, pero no tengo a nadie que hable mi idioma con quien sentarme y decir: ‘Chicos, esto es la hostia’”
Diseñador gráfico de profesión, fue a través de la creación de catálogos como se dio cuenta de que le gustaba más la fotografía que el diseño. No obstante, los libros siguen siendo una obsesión, lo que lo lleva a desplegar su trabajo en diferentes series que acaban plasmadas en distintos volúmenes editoriales. «Para mí, los libros son series fotográficas de ideas. Es una manera de tangibilizar un proyecto». Uno de los momentos clave del giro de su trabajo desde el diseño hacia la fotografía sucedió en 2003, cuando conoció a Salva López y comenzaron a compartir apartamento en Barcelona. «Salva tenía muchos trabajos y comenzó a pasarme algunos de ellos. Me acompañó en el proceso de adentrarme en la fotografía comercial. También fue muy importante en lo personal».
Pero si hay un año en que su carrera dio un vuelco, ese fue 2020 cuando, un día cualquiera, recibió un correo en su bandeja de entrada: “Somos una empresa coreana, queremos hacer una exposición”. «Me enviaron un proyecto muy desarrollado y me embarqué en eso sin saber muy bien lo que estaba pasando. Montaron la exposición justo cuando volvió la segunda ola del Covid. En Corea cerraron todo menos los museos. El proyecto fue creciendo y yo lo viví todo online. Fue algo muy bizarro, muy bonito». Después, la muestra viajó a Busan, otra ciudad de Corea, y esta vez sí consiguió asistir. «De repente, estaba firmando autógrafos. Era todo muy loco».
Su día a día en Tokio es sencillo, entre disfrute y trabajo, fotografiando todo lo que lo rodea, extasiado por la belleza inherente a la cultura japonesa: «Aquí, cualquier esquina es maravillosa. No sé si es que estoy enamorado, pero todo me parece precioso». Aunque se lamenta de no poder compartir con amigos las situaciones, cuanto menos curiosas, que conforman su cotidianidad. «Paso el día con mucha gente, con coreanos, chinos o japoneses, en reuniones donde tampoco termino de entender qué está pasando. Tiene un punto cómico, pero no tengo a nadie que hable mi idioma con quien sentarme y decir: ‘Chicos, esto es la hostia’». Me lo imagino actuando con esa mezcla de humor sarcástico y gratitud de Bill Murray en Lost in Translation mientras sigue redefiniendo su visión del mundo, cámara en mano, con la misma mezcla de curiosidad y humor que lo llevó a donde está hoy.
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Issue Nº23
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