SOMOS INSTANTES

  • Reportaje sobre Casa Vagantes en base a nuestra estancia y visita a varios de las casas de huéspedes del proyecto, y la entrevista a Gina Góngora y Fernando Gómez, fundadores del proyecto.

  • Openhouse magazine
    Issue Nº19

  • Fotografiado por Mari Luz Vidal
    https://www.mariluzvidal.com

    Casa Vagantes
    https://vagantes.squarespace.com/

Son las cinco de la tarde de un domingo de junio en Mérida, Yucatán (México) y volvemos de visitar las ruinas de Uxmal de la mano de Fernando Gómez Vivas, arquitecto y cofundador, junto a Gina Góngora, de Casa Vagantes. Un proyecto que arrancó con un alojamiento en el centro de la ciudad hace tres años y que hoy cuenta con cuatro casas más, además de convertirse en uno de los estudios de arquitectura e interiorismo más estimulantes y audaces de la zona.

Caloncho suena en los altavoces del coche. Es la primera vez escuchamos su música pero ya parece meternos su ritmo por dentro como si conociéramos toda su discografía de antemano. Tan familiar como lo es el propio Fernando, quien se convierte en fuente inagotable de recomendaciones: música, arquitectura, historia de Yucatán… Su hospitalidad y la de Gina son excepcionales. Pese a ser su único día libre de la semana, de regreso a Mérida, Fernando se desvía para mostrarnos una hacienda espectacular con una suerte de anfiteatro romano donde aún se perciben los restos de la boda que ha tenido lugar el día anterior.

Para Gina y Fernando, la península de Yucatán es mucho más que el lugar en el que nacieron y crecieron. Su objetivo es generar la visita de viajeros que busquen autenticidad, dignificando un área que se ha convertido en destino turístico, mediante la creación de alojamientos que respeten su historia, su tradición y que pongan en valor sus costumbres. Aunque nada en esta vida es casual, este proyecto vital sí nació de forma inesperada. Gina llevaba unos años trabajando para Vogue en Ciudad de México cuando, en una visita a su familia por vacaciones, decidió no volver a la capital: “Me ofrecieron un trabajo en unos hoteles que son bellísimos aquí, los Coqui Coqui, y durante cinco años estuve muy pegada a Francesca, su dueña y cofundadora”. A Gina siempre le había ilusionado la idea de vivir en el centro de Mérida, donde ya residía parte de su familia, de modo que, hace ahora unos cuatro años, comenzó a buscar una casa junto a Fernando. “Se dio la oportunidad y compramos la primera casita, que es muy chiquitita. En los primeros planes de vivirla”, explica. El presupuesto para la reforma no era muy elevado, de modo que descartaron modificar estructuras o techos y optaron por reciclar lo máximo posible. “Raspando las paredes salió este color verde que, junto al piso, también verde, es tan característico de la casa”, resume Gina. A ambos les gustó la combinación de ambos planos en verde y decidieron aprovecharlo. “Cuando terminamos la reforma fue como ‘ok, creo que sí es muy chica para vivir aquí’. Para recuperar nuestra inversión comenzamos a rentarla. Tres meses antes de que nos agarrase la pandemia hubo una reserva tras otra”.

Siempre dije que nos daba mucho coraje ver casas a las que casi se les había quitado la esencia por completo. Tal vez nuestra forma de hacerlo es un poco extremista, pero al final nos ha funcionado bien y decidimos que íbamos a tener esa filosofía de ahí en adelante.
— Gina Góngora

Las casas de la Ermita y Santa Ana llegaron poco después y emplearon los mismos parámetros para su remodelación. De alguna manera, aquella pared verde y ajada había marcado la personalidad de Casa Vagantes, un proyecto que hoy se define como “una comunidad de viajeros cuyas propiedades acogen a curiosos amantes de la imperfección y las experiencias únicas”. Su manera de entender la arquitectura y el interiorismo, desde la lealtad y el respeto, tuvo tan buena acogida que Fernando dejó el estudio de arquitectura del que era socio para dedicarse a todos los proyectos que estaban llegando gracias a la proyección de Casa Vagantes. Gina, por su parte, comenzó a realizar el interiorismo de los mismos, de forma orgánica, como había hecho en su propia casa.“Mi proceso es totalmente diferente al tradicional de un interiorista. Tengo un equipo que me ayuda con la parte técnica pero trabajo más como con el feeling de ir y cambiar in situ”. Sobre el terreno, sus gestos son los de un cirujano o un restaurador de obras de arte. Proyecto a proyecto, Gina y Fernando parecen estar reconociendo el trabajo de arquitectos e interioristas del pasado: personas anónimas cuya práctica existía cuando ambas profesiones tenían más que ver con el oficio y la necesidad de construir una cueva para refugiarse, que con aquella arquitectura mediática y grandilocuente que parece gritar ‘mírame’. “Siempre dije que nos daba mucho coraje ver casas a las que casi se les había quitado la esencia por completo. Tal vez nuestra forma de hacerlo es un poco extremista, pero al final nos ha funcionado bien y decidimos que íbamos a tener esa filosofía de ahí en adelante”.

Ahora el proyecto se extiende a Izamal, a Kantonyá y, quizá en breve, a Valladolid, pero para Gina, los primeros proyectos de Mérida tienen algo especial: “En el centro tenemos casas en Montejo, en Santa Ana y en Ermita Este, que son los barrios principales del Centro Histórico. Cada uno tiene historias diferentes, son de épocas diferentes, y también tienen vidas diferentes. La Ermita es un barrio súper vivo de gente de aquí. Si sales un domingo, puedes ver a los vecinos jugando en el parque. A Santa Ana ya se lo comió un poco la parte turística, pero sigue habiendo muchos negocios y oficinas allá. Y bueno, Montejo es como lo dicen, nuestros Campos Elíseos”.

Los ideales de Gina la alejan del boom arquitectónico que está viviendo Mérida, a pesar de que se alegra de la prosperidad que esto, en ocasiones, conlleva: “La verdad es que estoy con amor odio a la arquitectura. Siento como que la gente ha volteado a ver a los arquitectos de aquí y eso es bueno. Pero la sociedad y el crecimiento de la ciudad... Creo que nosotros vamos un poquito, no a contracorriente, pero sí hacia un lado”. Es consciente de lo que el mundo ve en su ciudad porque a ella también le apasiona: “Me encanta vivir aquí. Hay tantas cosas… No sé, ¡la playa está tan cerca! No hay tanto que hacer como en Ciudad de México pero bueno, siempre hay mucho que crear también. Cosas que descubrir”. Después de tres años de trabajo vertiginoso, en los que se han dedicado a proyectos de clientes, Gina busca ir más allá con Vagantes. “La verdad es que el crecimiento ha sido bastante grande porque empezamos en 2020. En dos años abrimos cinco casas. Casi una cada seis meses. Mi tiempo ahora está dedicado a los alojamientos, a los medios, a mejorar la firma. Hay mil cosas que quiero hacer porque siento que es más una marca de estilo de vida que otra cosa”.

Tras la completa jornada de inmersión en la historia de Yucatán, llegamos a Mérida mientras el estribillo de Caloncho parece anunciar el final: “Somos instantes, un ratito nada más. Seres fugaces que vienen y se van”.