LA PIEDRA SOBRE EL ESTANQUE CIRCULAR
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Entrevista a Fernando Caruncho en su estudio, Madrid.
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Openhouse magazine
Issue Nº12 -
Fotografiado por Salva López
salvalopez.comCaruncho Garden & Architecture
web.fernandocaruncho.com -
FERNANDO CARUNCHO
Mientras camino respetando las líneas esféricas dibujadas sobre el terreno, mi mente se sumerge en un pensamiento circular. Me siento flotar como si caminara sobre las ondas que una imaginaria piedra hubiera provocado al caer en el estanque situado en el centro de la circunferencia. Quien lanza el guijarro es Fernando Caruncho, un intérprete del lenguaje hablado entre luz y naturaleza cuya forma de expresión es el jardín. Aunque decir que ésta es la única forma en la que Fernando traslada su mensaje, sería injusto. Su conversación parece conocer un compás magnético que, durante nuestra estancia en su taller, nos lleva de la mano a descubrir qué se esconde detrás de aquello que llamamos paisaje, o lo que es lo mismo, de lo que llamamos vida.
En este pequeño rincón del mundo situado a las afueras de Madrid, no existen atajos en el devenir de los acontecimientos. El tiempo discurre según su orden natural y el respeto que se profesa a ese lapso temporal se eleva a categoría de credo. La jardinería basa su desarrollo en dicho respeto. Definido como el arte de crear jardines que acompañan y ensalzan la arquitectura, el estudio de Fernando trabaja el diálogo entre estas dos disciplinas desde hace más de cuarenta años.
Mecidos por el inusitado ritmo que acompasa las palabras de Caruncho, conversamos con él acerca de lo divino, de lo humano y de la combinación de ambos. Para este creador, lo uno no tiene sentido sin lo otro. Los estudios de filosofía —que completó antes de sumergirse en el mundo de la jardinería— mantienen una gran influencia en su manera de entender el mundo. Su tono suave y su tempo calmado aportan consistencia a un discurso que resulta transformador. «El jardín es una cuestión de fé donde el deseo es una palabra clave. El amor como fuerza del universo es algo en lo que creo. Es esa fuerza que desconocemos y que hace que estemos de forma equilibrada en este caótico universo».
Parte de su infancia la pasó en Ronda, Málaga, donde sus padres tenían un apartamento. «Allí, al final del camino arbolado de La Alameda del Tajo, me agarraba a los barrotes de la balconada situada al borde de un abismo de 200 metros y observaba el paisaje que se extendía ante mí», recuerda. «Quizá en ese lugar sea donde se encuentra la semilla de mi pasión. Ronda es un lugar donde uno se siente muy unido al paisaje».
Como un director de orquesta, Fernando ordena de forma orgánica las palabras y nos guía por los senderos de un pensamiento que no es nuevo, pero que de inusitado parece moderno: «La rapidez con la que se vive hoy es una banalización de los acontecimientos. Siempre estamos esperando a que llegue lo siguiente, por lo que, en lugar de enriquecernos de la experiencia, vivimos consumidos por ella». El jardín nace, crece y se transforma bajo ese impulso de enriquecimiento, explica. «Un jardín tarda en llegar a su plenitud y se requiere paciencia para verla cuando al fin llega. El jardín no es para gente que tenga prisa sino para quien entiende que la vida es un proceso maravilloso, lleno de misterio al lado de la naturaleza».
Un aspecto esencial de los jardines es la sensación de movimiento. «Es magnífico ver cómo las piezas absolutamente estáticas que uno fija de manera radical a la tierra, son las que más movimiento proyectan». Un juego producido por el reflejo y absorción de las ondas lumínicas sobre la superficie, cuya metodología nació en el Mediterráneo: «Es un código antiquísimo. El control de la luz, el control del vacío y el control del volumen. Si en arquitectura consigues eso, el espacio se convierte en un concepto. Eso es lo que ocurre con toda la arquitectura del Mediterráneo, que es absolutamente conceptual».
El estudio en el que nos encontramos da buena cuenta de dicho método. Tan sencillo como cálido, el espacio rezuma excepcionalidad y una elegante austeridad cuya máxima expresión es la sempiterna luz. «Precisamente mi amigo Axel me comentó hace unos días que lo que más le gusta de este sitio es el sentido del vacío. Y yo creo que es verdad. Si algo tiene, porque no es más que un cubo con un agujero arriba, es esa percepción del vacío».
A la hora de enfrentarse a un nuevo proyecto, la idea de la que parte es clara: «Todo lugar posee su belleza. No hay un sólo espacio en la tierra sin ella porque es en la luz donde reside su excelencia». El trabajo de Fernando comienza cuando ese espíritu luminoso se expresa. Entonces, éste escucha al espacio y trata de reproducir el mensaje que éste le hace llegar. «No proyectamos el lugar sino que dejamos que éste se proyecte sobre nosotros. Se trata de un acto de observación en el que no caben los prejuicios». Tanto en la arquitectura como en los jardines, resume finalmente, «lo que uno debe hacer es convocar al espacio».
Gran pensador, la generosidad guía las palabras de Fernando, quien las formula de un modo intenso y sincero. «Al jardín le pasa como a todo lo vivo. Nace, crece, madura y muere de forma cíclica. Yo siento que he muerto muchas veces. Muero y doy lugar a un nuevo Fernando cuya existencia no es posible sin el anterior pero que ahora es diferente de antes».